lunes, 4 de julio de 2011

Atardecer

Si hace un año estaba sufriendo las consecuencias del calor en un traslado, este año no iba a ser menos. Pues sí, de traslado otra vez. Y aunque me hace especial ilusión volver a mi barrio de toda la vida, tener un piso más grande y -lo más importante- tener ascensor, tengo una sensación extraña en mi interior.



Porque mi primer año de independencia ha sido de todo menos aburrido. He tenido que aprender a espabilarme con las cuentas, a tener más cuidado con derrochar, a llevar un control entre lo que compro y lo que uso. En definitiva, a vivir sola, con todo lo que la soledad conlleva. Pero me satisface poder afirmar que he superado este primer año con creces y estoy plenamente orgullosa. Superar el miedo por las noches fue más sencillo de lo que me hubiera podido esperar. La noche que más miedo pasé fue hace poco y por ver un episodio de Doctor Who que me puso los pelos de punta (por cierto, si no habéis visto nunca esta serie, os la recomiendo encarecidamente). Cerraba los ojos y los volvía a abrir deprisa porque tenía la sensación de estar rodeada de estatuas... es una larga historia.



Y aquí estamos, empaquetando cosas de nuevo, viajes de aquí para allá, buscando horas donde no las hay, etc. Voy a extrañar mucho a mi vecina, que es un encanto de mujer; también voy a extrañar los "conciertos" de piano de vete tú a saber qué vecino pero que lo hace muy bien; echaré de menos la frutería donde voy a comprar, cuyos dueños son muy simpáticos y venden a buen precio; extrañaré estar tan cerquita del CampNou, sobretodo si continuamos ganando títulos.



Pero lo que sin duda voy a extrañar más que nada son las vistas. Despertarte temprano un día lluvioso y observar el cielo encapotado y la lluvia dispersándose por toda la calle; abrir la ventana en una noche de primavera y, a pesar de no ver estrellas en el cielo, poder disfrutar de la Serralada de Collserola, el Tibidabo y El Cristo del Sagrado Corazón mirando la ciudad desde las alturas; disfrutar de la puesta de sol, en cualquier estación del año, con sus rojizos resvalando por los edificios, mientras el sol, nuestro precioso sol, se despide de todos nosotros hasta un nuevo día. Si pudiera cambiar las vistas de mi nueva casa por las de aquí, tened seguro que lo haría. Echaré de menos mi pequeño rincón para soñar.