miércoles, 30 de marzo de 2011

Cuando dos almas se encuentran

Érase una vez, no hace mucho tiempo, una chica que, a pesar de tener una familia que la quería y unos amigos maravillosos, sentía que su corazón estaba roto. Y no porque no gozara de buena salud o porque estubiera maltrecho, sinó porque hacía ya mucho tiempo que había amado a alguien con toda su alma pero ese amor no había sido correspondido.

Pasados los años la chica volvió a sonreír como antes, a sentir ilusión por la vida. Había renacido y le esperaba toda una vida por delante. Pero, no obstante, había decidido guardar su corazón bajo llave, todavía demasiado débil como para atreverse a volver a amar.


Un día, uno como cualquier otro, salió a dar un paseo. Era una mañana soleada, fresca y apacible, así que se acercó hasta la playa. Qué mejor paisaje para una mañana tan hermosa. La muchacha andó y andó hasta que decidió sentarse en un banco, justo delante de la playa. Las olas iban y venían, estrellándose en la orilla con delicadeza. Se sentía reconfortada, el calor que despedían los rayos del sol le devolvían la vitalidad que había ido en disminución durante la semana laboral.


- Magnético, ¿verdad? - ella se sobresaltó. A su lado se había sentado un chico que no conocía de nada. - ¡Oh!, perdón. No quería asustarte. Simplemente me apetecía hablar con alguien y como estabas aquí sentada... ¿te molesta si me quedo un rato?


- Nnn, no, no, tranquilo. Estaba tan metida en mis pensamientos que no me he dado cuenta que hubiera nadie.


- Bien, entonces me quedaré un rato.


Ambos quedaron en silencio unos minutos, observando el ir y venir de las olas. Finalmente, él se decidió a hablar.


- Sé que resulta ridículo pero, ¿me creerías si te dijera que ayer soñé contigo?


El corazón de la chica empezó a bombear acelerado. Giró la cabeza hacia el rostro del chico y le observó sin poder articular una palabra.


- Vale, sí, suena muy ridículo. Olvida lo que acabo de decir.


- No. - ésta vez fue el chico quien se giró hacia ella. - Quiero decir que,... bueno, que sí te creo.


Él sonrió. Su rostro se ruborizó al instante y bajó la cabeza, todavía sonriendo.


- Vaya, es increíble. No pensé que pudiera ser pero al verte sentada en el banco me he dado cuenta que no podía ser una casualidad. ¿Tú también has soñado conmigo? - la chica asintió con una leve sonrisa de complicidad. - ¡Uau!, no me había pasado antes nada parecido, te lo juro.


- ¿Crees en el destino? - se quedaron quietos, observándose el uno al otro. Él le tendió la mano, cogió la de la chica y la estrechó cálidamente.


- Tal vez empiece a creer a partir de ahora. - ella sonrió- Está bien que ya nos conociéramos en un sueño pero quizá sea mejor empezar con una presentación de verdad. Encantado, mi nombre es...

lunes, 21 de marzo de 2011

Mi fin de semana perdido


Vamos a ver, ¿quién es Murphy para arruinarnos la vida a mí y al resto del planeta? Porque todas sus leyes se cumplen, sin excepciones. Pues bien, seguro que hay alguna de sus leyes que dice algo así como: llega el fin de semana y te pones enfermo. Y si no la hay, pues me la apropio y, a partir de ahora será una Ley de Sô.

Efectivamente, toooda la semana a trancas y barrancas, aguantando como una jabata. Llega el viernes por la tarde y estoy que no puedo con mi vida, me duele todo, la garganta empieza a irritarse, las piernas no me responden y la cabeza está próxima a explotar. ¡No, me niego a caer! me digo a mi misma y sigo con lo mío.

Sábado por la mañana, me duele el cuello. ¡Y una mieerrrrda! Soy una mujé digna d'admirá, así que me voy de excursión a celebrar el día del padre a Les Fonts del Llobregat con consecuente subidita escaleras arriba hacia Castellar de N'Hug (si no habéis estado, os lo recomiendo, tanto por los paisajes como por los croisanes de kilo de Castellar).

Sábado tarde. Mi cabeza escucha tambores lejanos y mi cuello empieza a crear vida en su interior. Drogas, drogas, drogas. No podrán conmigo.

Sábado noche. Mi cuerpo necesita resetearse pero yo sigo en mis trece. Noche de fiesta sí o sí... finalmente fue que sí, pero a medias porque a las 2 estaba cogiendo un taxi de vuelta a casa. Muerta de frío y con el séptimo de caballería trotando en mis sienes, me voy a dormir.

Domingo. Todo el santo día en cama, con fiebre, tiritando y sin hambre (yo, sin hambre, increíble). ¡Vaya fin de semana!

Lunes por la mañana, no tengo fiebre y me voy a trabajar, snif, snif, snif. Y como no podía hablar, los niños sudando de mi cara. ¡Mamaaaaaaa!

Ahora a cenar, a drogarse de nuevo y a dormir dentro de un ratito, que mañana continuamos con el show. Eso sí, este fin de semana estaré como una rosa. Ánimo Sô.

miércoles, 2 de marzo de 2011

Lo que da de sí un trayecto a casa


Érase una vez una niña, - bueno, no tan niña- que deseaba con todas sus fuerzas tener un perrito. Pero su piso era muy pequeñito, con muuuuchas escaleras y con algún problemilla de alergia con el pelo de perro, muy de vez en cuando.

Un día, pasando por una tienda con sus compañeras del trabajo, vieron en una tienda de muebles un perrito chiquitillo que parecía un pequeño felpudo con patas.

- Cualquiera podría pensar que es una alfombra. "Sí, quería llevarme esa alfombra, la que tiene forma de perro"- dijo una de ellas.

- Sería la primera alfombra con movilidad y se limpiaría sola. - dijo otra.

- Y, cuando no hiciera falta, ella misma se guardaría.

Las tres se rieron mucho mientras continuaban andando, pero Sonia - que así se llamaba la muchachuela- dió vueltas y vueltas a la idea del perro-alfombra. Si pudiera hacerse...

Al llegar a su casa, Sonia se dispuso a ponerse manos a la obra. Se introdujo en su "laboratorio secreto" y no salió de él hasta ya bien entrada la noche.

- ¡Eureka! - gritó. A sus pies, una alfombra de color canela saltaba y corría entre las piernas de Sonia, que reía a carcajadas por su descubrimiento.- ¡Está vivo, está vivoooooo! Juuuuajuajuajua.

El perro-alfombra cambió la vida de Sonia: le calentaba los pies en invierno, si estaba sucio él mismo se metía en la lavadora, para dormir se quedaba echado en el suelo o se enrollaba y se quedaba en un rincón, no soltaba pelo, no necesitaba comer ni hacer sus necesidades, hacía compañía y daba mucho cariño, si lo sacaba de paseo no le ladraba ni mordía a nadie... y, lo mejor de todo, se lo podía llevar de viaje a cualquier lado, como era una alfombra...

Y así vivieron muuuchos años felices. Hasta que un día... Sonia despertó del sueño. ¿O qué os pensábais? Pero, ¿a qué sería genial tener un perro-alfombra? De nombre se llamaría Wellcome, jajajaja.