
Y os aseguro que hoy es uno de esos días. No ha dejado de llover en toda la tarde y da la sensación que va a seguir lloviendo toda la noche aunque no tengo ni idea de meteorologia, así que tampoco puedo afirmarlo. De hecho, dicen que si las gotas de lluvia al caer sobre los charcos forman burbujitas, eso quiere decir que todavía va a seguir lloviendo... Efectivamente, acabo de asomarme a la ventana y hay charcos con burbujitas en los patios de alrededor. Hay que ver el lado positivo, ¿no? La lluvia es buena, limpia las calles, refresca el ambiente tan caluroso que hemos tenido estos últimos días, se llenan los depósitos de agua.
La lluvia también favorece actividades como ir al cine. ¿Quién no ha dicho o pensado alguna vez eso de "hoy es un día para ir al cine", los días de lluvia? Debería haber "el día de la lluvia" con descuentos por ir al cine en días lluviosos... uhmm, creo que no les sería demasiado rentable el descuento en otoño. Pero fomentaríamos aun más el ir al cine. Da igual, era un idea.
El problema es que, cuando trabajas con crios pequeños la lluvia no ayuda demasiado. Eso de no poder salir al patio les pone de los nervios; y a nosotras también. Pequeños monstruitos corriendo alborotados por las clases, sin patio, encerrados todo el día sin aire libre. ¡NOOOOOOO! ¡HORROOOOOR! Menos mal que podemos cambiar de espacios, aunque eso no les calma demasiado... ¡Yupiii, mañana va a ser un gran día!
Realmente, no sé de qué me quejo. En el fondo me gusta la lluvia, sobretodo de noche. Escuchar el sonido de las gotas golpear contra las ventanas me da mucha paz. ¡Pero sin relámpagos ni truenos, que entonces la paz desaparece!
Para terminar, os propongo un ejercicio de relajación. Cerrad los ojos e imaginaos que sois una diminuta gota de agua que cae de una nuve. Caes lentamente, sin prisas. Observas a tu alrededor. Estas en el campo, el paisaje a tu alrededor es de verdes pastos, la brisa te transporta por un cielo azul, muy nítido y tranquilo. Escuchas el trino de pequeños pájaros cantores desde las copas de los árboles. Sigues cayendo, despacio, muy despacio. Te posas suavemente sobre una hoja, la verde hoja de un rosal. Resbalas tranquilamente hasta que te precipitas hacia abajo, hacia el suelo. Pero estas tranquilo, relajado. Ahora reposas sobre la hierba, mientras escuchas el silbido de la brisa al sobrevolar por entre los pastos. Ya no eres la gota, eres el mismo viento. Y con total libertad, te dispones a realizar un gran viaje, a donde más te guste, sobrevolando ciudades, montañas, mares, lagos y océanos. Tú decides que hacer, tú eliges quien quieres ser.