domingo, 11 de octubre de 2009

Leyendas


Ante todo, espero que estéis disfrutando del puente del Pilar, tres días para ir a pasear, ver pelis en el cine, descubrir paisajes nuevos, leer un buen libro, sacar la ropa de invierno con la esperanza que venga el frío de una vez, etc.






Ayer tuve la ocasión de descubrir un pueblo encantador muy cerquita de los Pirineos, en la ladera del mágico Pedraforca. El lugar en cuestión se llama Gósol y, si no habéis estado nunca, os lo recomiendo porque es precioso, tanto por el paisaje como por sus casas y su historia.

Siempre me han atraído muchísimo todo lo relacionado con las leyendas y la mitología, así que me sorprendí gratamente cuando, pasando por la oficina de información, encontré un tríptico en el que se relatava la Leyenda del Castillo de Gósol. La leyenda dice así:

"El castillo de Gósol era el más grande y el más fuerte de esta zona de los Pirineos (Alt Berguedà). Tenía una torre tan alta que desde su cima dicen que se veia el mar. Los vasallos del señor que podían subir arriba del todo de la torre y contemplar el panorama que se extendía delante suyo, y con él el mar, se tenían por venturosos y consideravan el caso como un honor y una distinción.




El señor de Gósol tenía dieciseis hijos y una sola hija, a la que quería como a nada ni a nadie en todo el mundo. El señor tenía un siervo joven y gallardo, vanliente y gentil como ningún otro se haya visto. El siervo, en sus horas libres, solía ir a distraerse a la parte más alta de la torre para disfrutar del magestático panorama, costumbre que también tenía la hija del señor. A fuerza de frecuentar la torre el uno y la otra, de verse y conversar, de la conversa se pasó a la franqueza y de la franqueza al amor.

Cuando el señor de Gósol se dio cuenta que su hija mantenía una relación a escondidas con su siervo tuvo un gran disgusto, ya que de ninguna manera podía tolerar que su única hija, por mucho que la quisiera, no se casase con un señor, como pertocaba a su rango y a su linaje. Con tal de evitar toda complicación, decidió casar rápidamente a su hija con el señor de Lledurs, que ya alguna vez le había hecho indicaciones en este sentido. Y por osado y atrevido hizo encerrar a su siervo en la prisión más oscura del castillo.

Celebraron unas bodas muy pomposas y galanes, como pertocaba a personas de tanta categoría. Y para que en ocasión de unas fiestas tan grandes no hubiera nadie en el castillo que tubiera que llorar, la novia pidió a su padre que sacaran de la prisión al siervo. El señor escuchó la demanda de su hija y liberó a todos los prisioneros que tenía encerrados.

El señor de Lledurs era un hombre adusto, poco expansivo y poco hablador, tenía una afición loca por la caza y sólo pensaba en rebecos, ciervos, jabalíes, osos y otras fieras. Se pasaba el día cazando y muchas noches dormía fuera de casa. Y cuando estaba casi no abría boca y sólo pensaba en su empeño. Tanto es así que al cabo de un año de matrimonio no había tenido con su esposa una docena de conversaciones un poco largas. Esta frialdad hacía mucho más vivo en el corazón de la dama el recuerdo de su primer amor con el siervo, que seguía amando calladamente.

He aquí que, al cabo de mucho tiempo, un día el señor de Gósol envió el siervo que había sido galán de su hija a un pedido urgente. Cuando se fue, reparó que la dama se encaminaba hacia la torre más alta, donde tanto había disfrutado y festejado con el siervo. El padre notó que el siervo tardaba en volver más tiempo del que necesitaba para cumplir el encargo, y temió que tal vez estaba al pie de la torre hablando con su hija. A continuación salió del castillo y, allá lejos, vio el siervo todo embelesado que miraba la torre con ojos de gran enamoramiento. El señor, airado, se acercó hasta tocarlo, sin que el joven se diera cuenta de lo encantado que estaba y, sin decirle palabra, el señor lanzó una fuerte bofetada al muchacho que se tambaleó. Cuando el siervo reaccionó se quitó la espada, se echó encima del señor, le hizo caer al suelo y le iba a cortar el cuello, pero repentinamente se detuvo, pensando que era el padre de su amada, y este recuerdo le movió a respetar la vida. El joven se fue y no volvió nunca más al castillo.

Hacía mucho tiempo que los jabalíes devastaban esa región, sobre todo de noche. Malograban los sembrados y otros cultivos y atacaban el ganado. Habían salido numerosas partidas de cazadores que les habían dado redadas y los mataron a todos, salvo uno que era el más viejo y, sobre todo, el más astuto de todos ellos. Le llamaron "l'Avi Porc". Cuando el animal se vió sólo porque habían matado a toda su manada, se volvió aún más terrible que antes, y no se limitaba a atacar al ganado, sino que se encaraba con la gente, sobre todo con los niños y la gente joven, matando y descuartizando varias personas. Era el terror de todas aquellas montañas y la gente no se atrevía a salir fuera del poblado. Era necesario tomar una determinación para tratar de acabar con la terrible fiera.

Los cazadores más decididos de la región se reunieron y decidieron llamar a más gente para hacer una buena batida. Fijaron un día y comparecieron cazadores de todas partes, dada la fama de la bestia a la que iban a dar caza. Todo el mundo creía que el mejor cazador de todos era el señor de Lledurs, y decidieron hacerlo capitán de la cacería.

El señor de Gósol hizo ver a su yerno que era demasiado seco y adusto con su esposa, que era conveniente que la invitara a ir con él a la cacería, porque muchos de sus cazadores iban acompañados de sus esposas e hijas. Y el señor de Lledurs, que prefería diez veces más cualquiera de sus siervos vagos que a su esposa, se vio obligado a invitarla a esa importante cacería. Padre y marido creyeron que el mejor punto para poder ver la fiera era un puente que se extendía sobre el Llobregat, entre Guardiola y Fígols, puesto que desde allí se dominaba todo el valle del rió y todas las cimas. Y allí se situó la dama de Gósol con su marido, que estaba a su lado como un muñeco y sin acordarse de ella, dado que tenía toda su atención y todo su empeño puestos en la cacería.

Cazadores, caballos, perros, cuernos, trompetas, todo estaba a punto para coger al pillo jabalí, que era más listo que todos ellos. Por todos los alrededores resonaba el ruido de la multitud que allí se concentraba y se movía dirigida por el señor de Lledurs. Entre todos acorralaron a la fiera, precisamente muy cerca del puente desde el cual observaba el matrimoniio, pero con tanta muchedumbre y con tantos buenos cazadores, a nadie se le ocurrió que el jabalí podía pasar al otro lado del río por encima del puente, como así hizo. Cuando el señor de Lledurs vio que el jabalí iba directo hacia ellos con un palmo de boca abierta y un par de colmillos descomunales que le sobresalían, chirriando como un demonio, se asustó y, sin acordarse de su mujer, se tiró al río. El jabalí, con rabia y furia, descuartizó a la pobre dama de Gósol, huyendo luego por el otro lado del río sin que nadie la molestara para nada, ya que entre los asistentes se extendió el pánico y la confusión.

Al cabo de un mes corrió la voz que se había encontrado el jabalí muerto a puñaladas en la cima del puente del Llobregat. Muy pronto llegó la nueva en conocimiento del señor de Gósol, que había mandado que nadie tocara la bestia del mismo lugar donde había sido encontrada. A continuación él fue, reconoció el cuchillo que la fiera tenía clavado en el corazón y vio que era de su siervo galán de su hija. El señor empezó a estirarse del cabello por no haberle dado por marido a quien ella amaba, pero ya era demasiado tarde para lamentarse. Para borrar el recuerdo de la desgracia, mandó que se derrumbara el puente. Se volvió como loco y a todo el mundo no dejó de murmurar:

- ¡Ay, padres que tenéis hijas!,
no las caséis a disgusto,
no les déis un marido,
como el señor de Lledurs.

En las orillas del Llobregat, entre Guardiola y Fígols, hay un punto que los ancianos aún llaman "el Pas de l'Avi Porc", que corresponde con el lugar donde, según la tradición, se levantaba el puente escenario de la leyenda."

Después de leer la leyenda subí a las ruinas del castillo, donde todavía queda en pie una de las torres que, podría perfectamente ser la torre de la historia, desde la cual los amantes, si creéis en cuentos de fantasmas, todavía deben reunirse todas las noches. Si no tenéis mucho vértigo os invito a subir las escaleras que se han instalado en su interior, en las que los visitantes todavía no sé el motivo, dejan monedas de 10 céntimos de euro. Tal vez sea como un pozo de los deseos pero en torreón.

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