
Érase una vez, en un país muy lejano habitaba una princesa que no quería ser. Su destino no era otro que el de llegar a ser reina de aquel reino lejano, sin otra alternativa en su vida. Podréis pensar que la princesa, como sucede en otras historias, ansiaba la libertad de decidir su destino, seguir sus propios consejos, encontrar el amor por sí misma en vez de ser casada con el primer príncipe que cumpliera los requisitos de su padre. No era este el caso. Nuestra princesa, simplemente, quería dejar de ser. Estaba preparada para asumir su papel en la vida pero había un vacío demasiado grande en su interior.
Su padre, el rei, muy preocupado por la profunda tristeza que sentía su hija, consultó a todos los médicos, psicólogos, curanderos, adivinos y magos del país, pero ninguno encontró la solución a la tristeza de la futura monarca. Cuando alguien le preguntaba a la princesa qué era exactamente lo que le entristecía, ella, con un semblante casi fantasmal contestaba: no quiero ser. << ¿Qué es lo que no quiere ser, alteza?>>, preguntaban sus damas de compañía, pero la princesa volvía a responder: no quiero ser.
Así pasaron los años y los habitantes de aquel lejano país empezaron a llamarla Princesa Sin Ser. Continuaron las visitas de médicos, psicólogos, curanderos, adivinos y magos, esta vez de otros reinos vecinos. Ninguno encontró el porqué de la profunda tristeza de la princesa.
Un atardecer de otoño, bajo una lluvia de hojas secas que revoloteaban a su alrededor, la Princesa Sin Ser paseaba por los bosques que rodeaban el reino. Paseaba sin más, ensimismada como estaba siempre, sin hablar, sin escuchar, prácticamente sin mirar. Así anduvo durante horas, hasta que, sorprendida por la oscuridad de su alrededor, la Princesa se dió cuenta que se había perdido. Se angustió ya que sabía que sus padres estarían preocupados por ella. Intentó recordar el camino que había tomado pero no lograba reconocer nada, ni un árbol, ni una roca. De hecho, no recordaba cuando había salido de su cuarto y había empezado a andar.
Una luz llamó su atención. Al darse la vuelta descubrió una esfera de cristal, del tamaño de una naranja, que rodaba hacia ella, brillando en su interior, como si millones de pequeñas luciérnagas albergaran en su interior. Dudó en recogerla del suelo, pero, al percatarse que aquella esfera no emanaba calor alguno se decidió y la alzó del suelo. Era ligera, prácticamente flotaba. La princesa la observó con detenimiento pero no vió nada más que aquel brillo cálido.
- ¿Qué crees que es esa luz?- la princesa se giró en busca de esa voz que surgía a sus espaldas. Una figura alta y encapuchada permanecía immóbil detrás de ella. Ésta se quitó la capucha, mostrando un hombre de amable expresión que la observaba con una sonrisa tierna y unos ojos grises llenos de vida. La princesa bajó la mirada y volvió a mirar la esfera.
- No sé qué puede ser. Pensé...
- ¿Qué pensaste? - el hombre volvió a sonreír.
- Tuve la sensación de encontrar algo que había perdido.
- ¿Reconoces qué es lo que habías perdido?
La Princesa negó. Volvió a observar la esfera y esta vez algo empezaba a cambiar. En su interior se formó una imagen, al principio difusa pero, poco a poco más clara hasta que la princesa pudo verse a sí misma. El hombre se acercó hasta ella y le sugetó las manos con firmeza pero tiernamente.
- Si pudieras pedir un deseo, ¿cuál sería?
- Desearía no ser. - dijo la princesa, como tantas otras veces había hecho anteriormente. El hombre dejó de sonreír.
- Si no eres, dejarás de existir. ¿Es eso lo que quieres? ¿Deseas entristecer a los que te rodean? ¿Deseas desaparecer?
La princesas se sobresaltó. Quedó pensativa por unos instantes, algo atemorizada. No deseaba desaparecer, no deseaba entristecer a los demás. ¿Qué es lo que quería, entonces? Volvió a mirar su imagen en la esfera. Era ella, sin duda pero, por otra parte, había algo muy distinta en la imagen de la esfera. En ella estaba sonriendo. Una sonrisa. ¿Cuándo fue la última vez que había sonreído? Hacía ya mucho de todo aquello...
Fue entonces cuando lo entendió todo. Lo que realmente quería era conocerse mejor, aceptarse tal y como era y cambiar aquello que la angustiaba tanto. Quería volver a tener aquello que había perdido, aquello gracias a lo que volvería a sonreír. Quería recuperar su alma.
- ¡Lo recuerdo! Perdí mi alma en este bosque el día que me di cuenta que ya no era una niña. Creía que, al crecer, debía dejar de imaginar, de jugar, de crear. Me sentí perdida, llena de tristeza. Creí que conservar en mi interior mis recuerdos de niñez no me dejarían ser una buena reina, que sería egoísta, altanera. Lo que quería no era no existir, sino dejar atrás lo que había sido. Creí que para ser mayor debía dejar mis sentimientos atrás.
- Pero la niña que fuiste sigue estando en ti, tan solo está encerrada en tu interior. - el hombre acarició la mejilla de la joven, secándole las lágrimas que por ella resbalaban.- Princesa, lo que fuimos una vez debe ayudarnos a mejorar, lo que aprendimos una vez debemos recordarlo . Crecer con los recuerdos y las vivencias del pasado no hace más que enriquecer al adulto que seremos en el futuro.
El hombre sonrió, cogió la esfera de las manos de la princesa y la lanzó al cielo. La esfera ascendió hasta ser parte del firmamente. Cuando la princesa miró a su alrededor el hombre ya no estaba y ella volvía a estar en su cuarto, en la seguridad de su hogar. Tal vez había sido un sueño pero hacía tanto que no soñaba que no recordaba la magia que en ellos se encuentra. Sonrió. Ser es lo más maravilloso que tenemos, pero debemos ser y aceptar a los demás tal y como son.